






Viajeros argentinos -Nazarena, Guido y el gran Santiago- que parchaban con sus obras de artesanía, en la calle primera, nos invitaron a conocer una playa cercana. Artesanos colombianos datearon acerca de "picadas" donde comer -"asados Don Pepe" es un imperdible del lugar, por si gusta comer chivo asado- y también invitaron a la misma playa. Para el mismo día. Organizamos la salida. El día siguiente, temprano rumbeamos hacia Mayapo. Tierra wayüu, también. Emiro fungió de anfitrión en la desolada costa caribeña de esta zona. Árboles bajos, achaparrados, tolderías de indígenas wayüu para vender comida, licor y sombra. Ya en la playa se nos unió Jairo, otro tremendo tipo. Sus reflexiones y comentarios acerca de la realidad colombiana han logrado que pueda dar organismo a esta historia. De una franqueza y bonhomía deslumbrantes. Cercano. Cariñoso. No le gusta que le mamen gallos. Si Ud. quiere aprender a vivir... lo que se llama vivir como un ser humano, acérquese a un artesano –no se confunda con los artezanganos, que hacen nata- donde se encuentre y obtenga una de sus obras. Éste, junto a las diestras manos de su compañera y sus bellísimas hijas, dan vida a pequeñas obras de arte para el cuerpo.
Los colombianos decidieron salir a ofrecer su trabajo. Argentinos decidieron parchar junto a las mochilas. Me sumé al mangueo colombiano. Vendedoras de dulces de yuca y panela. De aguilitas. De chivo. Vendedores de pescado frito. Mujeres wayüu. Caras pintadas: protección solar ancestral. Negras alisándose el pelo: vanidad inmemorial. Pescadores sacando un bote del agua, hecho de una pieza, en madera similar a la de balsa. Artesanos ofreciendo su obra y comerciantes su negocio. ¡Le vendí un collar de achira a una indígena wayüu! Señor Nobel de literatura, con el debido respeto a su invaluable obra, usted mismo, debo decirle que se quedó corto.
Cuando el sol comenzaba a ponerse amistoso –para este fotógrafo sureño, friolento- quedó la desbandada. Empezamos a quedar solos. Los indígenas levantaron toldo y aperos. Se acabó. Emiro y Jairo se movilizaron para conseguir transporte de regreso. Un camión … wayüu, por supuesto. Atardeciendo ingresamos al poblado. Mayapo. Todo el crepúsculo dando vueltas por ese macondo del siglo 21. Repartiendo pasajeros y carga. Nosotros éramos parte de la carga y viajábamos en el lugar correspondiente. La noche ya había aparecido cuando llegamos a Riohacha. La magia continuaba con ritmo de vallenato. Empapados en sudor puse mi diabética erección a disposición de su orgasmo y la magia dio paso al reposo.
Desperté clareando el día. La laguna salada me estaba esperando. Haciendo límite con la carretera principal. Un ojo de mar en plena ciudad. Hábitat de innumerables aves y anfibios; peces y mamíferos. Rodeado por casas y calles. Y cada día más pequeño. Continuas oleadas migratorias han rellenado sus riberas para establecer barrios humanos, muy deteriorados. Ahora se encuentra cercado. Una ONG financiada por la UE trabaja restaurando el lugar. Pescadores furtivos cosechan los frutos del mar… cuando no los atrapa un cocodrilo y se los come.
Regresé. De nuestro equipaje habían desaparecido –por arte de magia, naturalmente- un par de zapatos deportivos –calzado femenino para salir a caminar- y mi reserva de lukitas para volver. Recordé la carretera entre Maracaibo y Maicao. El cuartel policial está cerca. Hacia allá dirigí mis pasos y mi ardiente paciencia. Relaté los sucesos a uno y otro representante de la ley. El jefe envió a dos de ellos –uno tamaño Willy Sabor con entrenamiento, el otro más pequeño pero con pinta de forzudo, también- y me acompañaron, para aclarar la vaina. Careo de rigor. Abriendo grandazos ojos, diciendo que algo así nunca había pasado en su casa –en circunstancias que dos días antes, una amiga de la iglesia (desgraciada con un finquita de paltas por las Farc, dixit ella misma) que la acompaña en la casa, relató un robo ocurrido ahí. En esa casa- Doña Ursula Iguarán se defendió cual gato de espaldas. Uno de los policías, el más grandote, la llevó al patio trasero de la casa. Mientras tanto el otro -chico pero forzudo- pedía detalles al interior del cuarto. Me puse "cachudo". No alcanzaba a percibir la conversación en el exterior. Demasiado dialogo a sotto voce. Salí a ver. De inmediato, el policía volvió con la casera. Se puso pesadito el hombre. No creyó nada de nada. Y cuando alcé la voz -tuve que hacerlo, de lo contrario me habrían acusado de haberme auto-robado- me explicó que el tramite de una denuncia podría tardarse un par de meses, para investigar. Que las falsas denuncias tenían severas penas de prisión.
El gobierno contrata agencias de publicidad. Compra espacio en cadenas multinacionales de televisión. Dice: “Colombia, el único riesgo es que te quieras quedar”. No, gracias. "A la orden", contestó.
* Frase con la que un colombiano, en un café de Bogota, me saludó después de oír algunos detalles aquí vertidos.
(fotografías y texto de Juan Ramón Salinas)