




Metrallo… así la llaman, los colombianos. Una ciudad instalada – capricho de poderosos- al fondo de un agujero de la cordillera. Aun más encajonada que santiasco pero con cierta similitud, ya que la vegetación de sus cerros circundantes ha sido depredada… también. Al menos dos enfrentamientos a balazos hubo en seis días que estuvimos allí. Bandas que rivalizan por controlar el tráfico de drogas y los otros tráficos que se inventa el capitalismo para continuar dominando. Una de las balaceras duró más de tres horas. Es sintomático que el único espacio de libertad que conocí en esa ciudad, se llame parque del periodista. Un triangulo irregular – lo que nosotros llamaríamos una punta de diamante - con una superficie no superior a 200 metros cuadrados. Poblado con cinco árboles, cuatro niños en bronce - que recuerdan una masacre efectuada por la policia, de otros diecisiete, en el año dos mil dos; un monolito a la memoria del fundador del periodismo en medellín, un vendedor de frutas por la mañana y tres vendedores de vareta por la noche. Decenas de visitantes nocturnos evitando la policia - que hace nata por todos lados - para hablar, intercambiar ideas, fumarse un porrito o beberse una chela. Allí conocí el primer desplazado de colombia, Pillín Pillao – dixit él mismo. Los desplazados son personas – campesinos en su mayoría - que han debido abandonar sus lugares originales de habitación, debido a presiones de paramilitares que utilizan sus terrenos para instalar, entre otras cosas, factorías de producción de cocaina. Pillín Pillao es un mimo al que no alcancé a ver en escena ya que su presentación fue suspendida (!)